de las mañanas frías y el parque a lo lejos.
Del ruido del tren en las cercanías.
Del miedo a no volver a vernos,
del silencio
de lo que perdimos con tu voz.
Decir adiós parecía extraño,
pero el hasta luego sonaba falso.
Hay cosas que pueden esperar siempre,
pero siempre quedará el quizá,
repleto de sal,
de la última despedida que no pude darte.
Lamento que al final, la vida nos tratase como a escoria,
cuando tú trataste a la vida como a una joya.
Gracias por hacer que confíe en mí sin siquiera pretenderlo.
Gracias por haber estado ahí para guiar mi vida con tu vida.
Y aunque no haga falta que diga lo que te quiero,
te diré que algún día, te daré ese abrazo que te debo.
Cántale a las estrellas por nosotros.
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