Huía de la gente. Huía del miedo. Huía de la duda. Y cuando nadie miraba, huía de sí mismo.
Y fue con el roce del tiempo, cuando fue encontrando, poco a poco, un rincón de su ser en la oscuridad de la noche. Se tumbaba en el suelo, y demasiado cansado para pensar, dejaba que las luces de una ciudad ajena a él se confundieran con el tenue resplandor de las estrellas.
Poco a poco, dejó de sentirlas, dejó de apreciar rastro alguno de calidez en el tintineo del cielo que le susurraba, atrayéndole a un callejón sin salida de aletargamiento y una tentadora locura, sólo al alcance de los más cuerdos de mente.
Y fue así, como empezó a enamorarse de la inmaculada palidez de la Luna, de su silenciosa compañía, de sus miradas de soslayo a media noche, y de sus frías despedidas al amanecer.
Tocaba huir de nuevo.
Así, la esperanza empezó a abrirse paso en un corazón lleno de dudas, y empezó a preguntarse, ¿por qué me deja todas las noches? ¿Dónde va? ¿Acaso no me ve sufrir cada vez que se esconde?
Recorrió de noche durante 7 días todos parajes más inhóspitos, esperando encontrar en algún trozo de oscuridad la respuesta a las dudas que ahora inundaban su mente. Caminó durante 7 noches por caminos que no aparecen en los mapas. Subió en 7 noches la montaña más alta, con la esperanza de poder estar más cerca de ella y poder tocarla. Navegó durante 6 noches los mares más profundos, esperando encontrar una respuesta en el reflejo del agua.
Y al llegar el día 28 a la orilla del mar, cuando vio que nada de esto funcionaba, paró, y lloró.
Y al verlo llorar, la Luna bajó del cielo y le consoló.
Entre sollozos, preguntó a la Luna:
-¿Dónde vas cada vez que te ocultas para dejarme sólo? Sabes que eres la única que puede ocultar las cosas malas de este mundo, las envuelves con tu oscuridad, y a la vez iluminas lo mejor de él. La gente hoy en día piensa que cuanto más vean, más van a entender acerca de la vida, pero se equivocan. Tienen siempre los ojos abiertos, pero son incapaces de ver. Y cuando llegas tú, e iluminas lo más importante, la sombra de las cosas que de verdad importan, ellos cierran los ojos a la verdad y duermen.
La Luna lo miró un largo rato, tristemente, y al entender que no iba a decir nada, él se arrancó el corazón y se lo entregó. La Luna vio horrorizada cómo su cuerpo caía inerte sobre la arena, sin emitir sonido alguno, como si no fuera más que una carcasa de aire, un recubrimiento externo que no tenía valor alguno. Y al entenderlo, dejó que su cuerpo fuera arrastrado por el pausado oleaje nocturno.
Desde aquel día, la Luna guarda su corazón en el abrigo de la oscuridad, y cada cierto tiempo, se oculta durante algunas noches, para ir a llorar al único hombre que había sido capaz de ver la verdadera belleza oculta en las cosas.
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