De las miradas infinitas que cruzaron el mar, sólo una llegó a tierra. El resto naufragó, como veleros en tormenta un cinco de agosto.
Parte,se perdieron con las prisas de la partida. Parte con la perseverancia de la tormenta que siempre amenazaba con amainar. La última parte,encalló al llegar a tierra, tras encontrarse con el suave llanto de las olas al romperse contra su final.
Pero no les podemos culpar. Nadie sabe que hay al otro lado. Momentos inciertos de vanidosa temeridad insinuante,pulcra y dulce,que hacen temblar de envidia a la más osada razón. Trozos de luna que caen delicadamente como una lápida sobre el reflejo nocturno de un océano demasiado profundo.
Pero llevaba ya demasiado tiempo así. La monotonía y la calma se habían apoderado de un espíritu invadido por la desidia. ¿Y qué podía hacer el agua,si la corriente la arrastraba? ¿Qué hacer,cuando todo lo que quería era volver a la nube de la que cayó,y el sol se ocultaba tras inciertas nubes de aparentes trivialidades sinsentido?
El agua vagó,de lagos a ríos,y finalmente a océanos. Cansada de que fríos barcos,y desapasionados reflejos surcaran su inmensidad,buscando respuestas que no conocía.
Vagó, erró, conoció, amó y fracasó. Y cuando no tuvo más caminos que seguir,lloró.
Y es por eso que desde aquel entonces,al llegar al océano,todas las aguas se tornan del sabor de las lágrimas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario