A veces, la vida tampoco sabe qué hacer con nosotros. Nos dejamos caer sin más en su meliflua presencia, esperando una señal en un cielo desdibujado de nuestras experiencias y nuestros fallos.
Y así, entre el caer de las hojas de una y otro, nos encontramos. No en nosotros. No en el cielo ni en el suelo.
Nos encontramos en una página en blanco para reiniciarnos y retomar un camino que no va a ninguna parte. Puede que nos lleve al punto de partida. Puede que nos obligue a derribar muros de hormigón con mazos de cartón, que bañará nuestro tiempo en sangre que supura de nuestras heridas aún abiertas.
No me importa. Prefiero aprender a ver el amanecer a través de las rendijas de tu pelo, antes que sumergirme en un mundo en el que la apatía guíe un camino señalado hasta ningún lugar. Lamentar tus lágrimas y secarlas con el dorso de una mano cosida a golpe de destino, mirarte y sonreír, sabiendo que nos haremos más fuertes con cada herida que cerremos juntos. Sentarnos a la orilla de un precipicio y saber que la caída, también es una opción si vamos de la mano.
Aprender a ser conscientes el uno del otro. Quizá así, la vida nos de una oportunidad de hacer las cosas como siempre hemos querido.
Juntos.
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